miércoles, 28 de enero de 2015

Las figuras bíblicas de Los Pecados de David

Para cualquier manantero, los personajes bíblicos que representan las figuras de su corporación le despiertan gran interés, desea conocer su auténtica personalidad, se siente “familiarizado” con ellas y muy atraído por la importancia histórica que tuvieron en su tiempo y por su proyección sobre la actualidad. En las Sagradas Escrituras (ver libros de Samuel, Reyes y Crónicas) están detallados los acontecimientos que nuestros personajes históricos vivieron, por lo que aquí trataremos de evitar la repetición de estos textos, excepto las referencias necesarias.

David, Betsabé, Natán y Simeón: un rey, una mujer, un profeta y un justo varón. Cuatro personas relacionadas entre sí; tres vidas contemporáneas: David, Betsabé y Natán, y otra Simeón, que cierra el ciclo 1000 años después. 
David, rey teocrático de Israel, recibe la promesa de la dinastía perpetua, la que implica la promesa mesiánica. 
Betsabé, primera causa de los pecados de David; después madre del rey sabio Salomón. 
Natán, es el profeta enviado por Dios, el vehículo de su voz, el censor que David varias veces necesitó. 
Simeón, el justo varón que movido por el Espíritu Santo, reconoció a Jesús como el Mesías prometido, cuando de niño fue presentado en el templo. 
Cuatro figuras bíblicas, cuatro personajes históricos, constituyen –con su correspondiente escolta armada- el grupo bíblico de nuestra corporación. Un relato resumido de sus personalidades y la relación que les unía, uno de los puntos más importantes de la Historia Sagrada, es la pretensión de estas páginas. 
Es muy interesante indicar el alto significado de las figuras bíblicas de “Los Pecados de David”, ya que ellas representan uno de los puntos más importantes de la Historia Sagrada, pues contemplan la promesa divina a David asegurándole, a través del profeta Natán, la dinastía perpetua para su Casa y con ello la promesa mesiánica, viéndose cumplida cuando el Justo Simeón reconoce a Jesús como el Mesías, al ser éste presentado en el templo.

REY DAVID 
David, en hebreo, significa “el amado” o “el elegido de Dios”. David es considerado como un rey justo, valiente y apasionado, aunque de ninguna manera exento de pecados, así como un aclamado guerrero, músico y poeta, al que se le atribuye la autoría de muchos de los salmos del Libro de los Salmos.
Fue hijo de Isaí y de Nitzevet (según el Talmud), sucedió en el trono hebreo a Saúl, fundó la dinastía de la “Casa de David” sobre la que recayó la promesa mesiánica; tuvo ocho esposas, la primera fue Mical, hija de Saúl, y la última Betsabé, madre de Salomón. Fue uno de los profetas mayores.Su existencia puede situarse entre los años 1040 a. C. y 970 a. C., siendo su reinado sobre el territorio de Judá entre 1007 a. C. y 1000 a. C. y sobre Israel entre el año 1000 a.C. y 970 a.C. 
Otros aspectos muy interesantes del Rey David, además del guerrero y estadista, es el profético y el espiritual, pues es una figura religiosa de gran relevancia, y especialmente importante para las tres religiones monoteístas: Judaísmo, Cristianismo e Islam. 
En el Judaísmo, el reinado de David representa la formación de un Estado Judío coherente, con su capital política y religiosa en Jerusalén y la institución de un linaje real que culminará en la era Mesiánica. 
En el Cristianismo, David tiene importancia como el ancestro del Mesías. Muchas Profecías del Antiguo Testamento indicaban que el Mesías descendería de la línea de David; los Evangelios de Mateo y Lucas trazan el linaje de Jesús hasta David para completar este requerimiento. 
La creencia musulmana dice que durante su reinado se pusieron los cimientos de la Cúpula de la Roca. Los musulmanes rechazan la descripción bíblica de David como un adúltero y un asesino. Esto es por la creencia islámica en la infalibilidad y superioridad moral de los profetas. 
El Nuevo Testamento describe la genealogía de Jesús de David a Adán, con tres bloques de catorce generaciones cada cual igualmente esquemático. En el mundo antiguo, cada letra del alfabeto tenía un valor numérico, el valor para el nombre de "David" era el de los catorce años y el de las catorce "generaciones", lo que subraya la ascendencia davídica de Cristo y de su identidad como el Mesías esperado.

BETSABÉ 
La figura de Betsabé es esencial para entender la genealogía de Cristo, puesto que fue la madre de Salomón, el cuarto hijo del rey David. Betsabé forma parte de la vida del Rey David desde su primera aparición, que produciría un cambio total en la vida del rey. Resumiendo esta historia podemos decir que una tarde David se encontraba paseando por la terraza del palacio, cuando desde lo alto divisó a una mujer bañándose. La belleza de la mujer despertó la curiosidad del rey David, quien mandó indagar sobre ella. Se trataba de Betsabé, hija de Eliam y esposa de Urías el Jeteo. David envió a unos emisarios a buscarla. Cuando llegó al palacio yació con ella y después la envió de nuevo a casa. La historia habría terminado aquí, en un caso de adulterio, si no hubiera sido por la misiva que Betsabé le envió poco después con las siguientes palabras: “Estoy encinta”. Esto propició el desastre para el rey David quien, intentando ocultar su indiscreción, acabó por cometer un crimen aún mayor: envió a Urías el Jeteo a una muerte segura en el campo de batalla. Poco tiempo después David envió de nuevo por ella y la convirtió en su esposa. Estos actos no fueron del agrado de Dios, quien envió al profeta Natán a reprochar al rey David sus fechorías. Como castigo, Dios quitaría la vida al hijo que éste había tenido con Betsabé, y ni las súplicas de David ni sus plegarias salvarían la vida de su hijo, quien murió llegado el séptimo día de su nacimiento.
Considerando que David era un rey teocrático y totalitario, amo y señor de sus súbditos, tenía un poder absoluto sobre Betsabé. Nada nos relata la Biblia sobre sus sentimientos; no sabemos si acató voluntariamente los deseos de David, si llegó a provocar deliberadamente la actuación del rey exponiéndose desnuda a su vista o se vio obligada a obedecerle, aparte de que las costumbres judías eran muy restrictivas con las mujeres. Betsabé nos llega llena de luces y de sombras. No sabemos si era una mujer débil, pasiva, que se dejó hacer, imprudente o, por lo contrario, una persona de carácter decidido, astuta, firme y bondadosa, pues está considerada como una de las siete mujeres fuertes de la Biblia, ocupando un espacio muy importante en el Segundo Libro de Samuel. Verdad es que Betsabé demostró su fortaleza cuando informada por Natán de las pretensiones de Adonías de ocupar el trono a espaldas de su padre, estando éste muy entrado en años, acudió a David comunicándole la actuación de Adonías e intercediendo por su hijo Salomón como su sucesor en el reino de Israel. Lo que sí parece seguro es que se trataba de una mujer muy bella e inteligente, que llegó a enamorar profundamente a David.

EL PROFETA NATÁN 
Nada sabemos acerca de su origen y nacimiento. Aparece por primera vez en el capítulo 7 del 2º Libro de Samuel. Por lo indicado en el versículo 2 de este capítulo y por otros pasajes, se puede deducir que Natán es asignado por Dios para profetizar a la Casa del rey David. 
David tuvo el deseo de edificar una casa a Dios y comentó esto con Natán. Conocedor Natán de que Dios estaba con David, su primer consejo fue hiciera lo que tenía en su corazón. Sin embargo, aquella misma noche Dios habló al profeta Natán, recordándole que Él nunca había mandado al pueblo de Israel que le edificasen una casa de cedro, pero había habitado en tienda y habitáculo. A pesar de que Dios exaltó al rey David y recordó cómo había hecho grande su nombre, mandó al profeta que dijera al rey que él no sería quien edificara casa a su nombre, pero sí uno de su linaje, “el cual procederá de sus entrañas” (2 S 7:12). Sabemos que se refería al rey Salomón, quien en efecto sería el encargado de levantar el majestuoso templo en Jerusalén. (2 Cr 3).En la visión que tuvo Natán, Dios estableció pacto eterno con la Casa de David (2 S 7: 13-19).
La segunda intervención del profeta Natán fue para reprender al rey David por sus pecados contra Betsabé y su marido Urías el Jeteo. 
Otra aparición importante de Natán interviniendo de parte de Dios en la historia de Israel fue cuando ayudó a obtener el trono a Salomón. Esta decisiva intervención de Natán en la sucesión real se relata con detalle en el pasaje 1 R 1:8-53. Sucedió en los días finales del rey David que su hijo Adonías se arrogó para sí el reino de su debilitado padre, sin su consentimiento ni la aprobación de los más grandes hombres del reino. Entonces el profeta toma la iniciativa y advierte a Betsabé, madre de Salomón, lo que estaba ocurriendo y el riesgo que significaba para ella y su hijo. Tanto ella como Natán se presentaron ante el rey y le expusieron lo acontecido con Adonías. Llamó entonces David al sacerdote Sadoc, a Benaya y al profeta Natán y les mandó que llevaran a Salomón a Gihón y lo ungieran como rey sobre Israel. Y así fue. 
La obra de Natán se significa por los siguientes puntos: 
Profetizar y ayudar a David y luego a su hijo Salomón. 
La más importante de sus profecías fue comunicar una grandiosa promesa de Dios, el conocido “Pacto Davídico”. En este pacto Dios confirma el trono sobre la dinastía de David con su hijo Salomón, confirmándolo en el trono de Dios eternamente. 
Escribir crónicas reales, tanto acerca del rey David (1Cr. 29:29), como del rey Salomón (2Cr. 9:29). 
De su carácter podemos apuntar: 
Era un hombre confiable. Gozaba del aprecio y confianza del Rey David. 
Como profeta fue completo. Recibió la palabra y visión de Dios.

Valiente. Tuvo el valor de confrontar al poderoso y respetado rey David, por su pecado contra Betsabé y Urías. 
Autoridad. Fue considerado una de las altas autoridades del reino de David, junto con Sadoc y Benaya. 
Ingenioso. Recurrió a una parábola para abrir los ojos del rey David hacia el pecado contra Dios, contra Betsabé y su marido Urías (2S 12: 1-5). 
Escritor. En 1Cr. 29:29 y 2Cr. 9:29 se menciona que fue el escritor de diferentes crónicas reales, las cuales no son parte del canon inspirado por el Espíritu Santo. 
Firme. Natán nos deja un legado de firmeza para con los hombres y de obediencia para con Dios.

SIMEÓN, el Justo. Profeta y místico. 
Simeón es el contrapunto armónico de nuestros personajes bíblicos. Vivió mil años después de David, Natán y Betsabé, y él vio cumplida la promesa mesiánica hecha por Dios a David. Su breve e intensa historia bíblica, plena de misticismo, se reduce a un pasaje del evangelio de Lucas, solo unas líneas para transmitirnos noticias de máxima transcendencia. Lucas nos hace un magnífico retrato espiritual de Simeón: era un hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él, y recibió la revelación divina de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así acudió al templo movido por el Espíritu.
Y al entrar con el Niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre El, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: 
Ahora, señor, puedes dejar a tú servo irse en paz, según Tú palabra: porque mis ojos han visto a tú Salvador, al que has preparado ante la faz de todos los pueblos: luz que ilumine a los gentiles y gloria de tú pueblo Israel. 
Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de el. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción - y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones. (Lu2: 29-35) 
Este texto nos sugiere las siguientes meditaciones y conclusiones: 
Después de haber reconocido en Jesús la luz para alumbrar a las naciones, Simeón anuncia a María la gran prueba a la que está llamado el Mesías y le revela su participación en ese destino doloroso. 
La referencia al sacrificio redentor, ausente en la Anunciación, ha impulsado a ver en el oráculo de Simeón casi un segundo anuncio, que llevará a la Virgen a un entendimiento más profundo del misterio de su Hijo. 
Simeón, que hasta ese momento se había dirigido a todos los presentes, bendiciendo en particular a José y María, ahora predice sólo a la Virgen que participará en el destino de su Hijo. Simeón une al sufrimiento de Cristo la visión del alma de María atravesada por la espada, asociando de ese modo a la Madre al destino doloroso de su Hijo. 
Así, el santo anciano, a la vez que pone de relieve la creciente hostilidad que va a encontrar el Mesías, subraya las repercusiones que esa hostilidad tendrá en el corazón de la Madre. Ese sufrimiento materno llegará al culmen en la pasión, cuando se unirá a su Hijo en el sacrificio redentor. 
A partir de la profecía de Simeón, María une de modo intenso y misterioso su vida a la misión dolorosa de Cristo: se convertirá en la fiel cooperadora de su Hijo para la salvación del género humano. 
Este es nuestro personaje, nuestra figura bíblica, Simeón el Justo, profeta y místico.