domingo, 25 de enero de 2015

Poética

SONETOS DEDICADOS AL SEÑOR DE LA HUMILDAD 
Señor, cuando te miro entristecido 
con esa santa mano en la mejilla 
caigo a tus pies, hundiendo la rodilla 
en el inmundo polvo, arrepentido. 
Cuando te miro pálido y herido, 
siento, Señor, que mi cerviz se humilla 
y elevo la oración dulce y sencilla 
del corazón a tu piedad rendido. 
Señor, cuando te miro en esa peña 
en la hermosa actitud del que desdeña 
la vida, por salvar la humanidad, 
grita mi lengua sus clamorosos trenos; 
Tu eres, Señor, el padre de los buenos; 
Tu eres, Mi Dios, Señor de la Humildad. 
Manuel Pérez Carrascosa. 
Dedicada a “El Cirio” en 1946. 
Sobre una dura peña está sentado, 
apoyada su mano en la mejilla, 
dulce perdón en su mirada brilla, 
mostrándonos su torso flagelado. 
De punzantes espinas coronado, 
herida y tumefacta la rodilla, 
no se concibe, no, tal maravilla, 
si el artista por Dios no está inspirado. 
La belleza y bondad que el Cristo encierra 
mueve a fervor en pontana tierra 
y el corazón inclina a piedad. 
Y aunque es Señor de todo lo creado, 
el pueblo, que le aclama entusiasmado 
lo ha llamado, el Señor de la Humildad. 
Manuel Reina Montilla 
¿En qué piensas, Señor? ¿Por qué suspiras? 
¿Dónde clavas Tu vista acongojada? 
Ya no hay luz en tu frente lacerada 
y una lágrima se asoma a Tus pupilas... 
¿Qué nos quieres gritar que así nos miras? 
¿Tu deidad omnipotente maltratada 
o Tu Gracia infinita derramada 
sobre todo el que a Ti elevó sus cuitas ...? 
¡Oh, Señor! Con la mano en la mejilla, 
sentado en esa piedra ... abandonado. 
¡Ejemplo Soberano de Indulgencia! 
¡Divina encarnación del que se humilla; 
fiel imagen del hombre despreciado..., 
Tú, mi Señor de la Humildad y Paciencia. 
Juan Ortega Chacón. 
Con majestad sentado en peña dura, 
sobre la faz divina diestra mano, 
a la par tan excelso y tan humano, 
mira, Humilde, Jesús desde su altura. 
Siendo Tú Dios y Rey de toda albura, 
cuánta llaga de amor portas ufano, 
cuánto dolor, Señor, mas que no vano, 
nos muestra impresionante tu figura. 
Al contemplar tu cuerpo dolorido 
–causa fue mi pecado, mi locura-, 
un sentir me recorre estremecido. 
Con mis labios, esa tu espalda pura 
libar de mil heridas he querido, 
gustando de tus ojos la dulzura. 
M. Ramón Núñez Guerrero 49 

Ya sales, luz del Sol, Miércoles Santo, 
del patio que hay al fondo del convento 
y en este maremagnum ya presiento 
el cuerpo lleno de quebranto. 
Al verte en dura peña sube el llanto, 
al verte aflora en mi alma el sentimiento 
y calla en las gargantas el acento, 
no se oye siquiera un leve canto. 
Contemplo tu mirada tan doliente 
y evoco tradiciones muy queridas 
sabiendo que se sienta humildemente 
la luz, el sol, la fe de nuestras vidas, 
en una piedra y muestra solamente 
su túnica que es piel con las heridas. 
Carlos Delgado Álvarez de Sotomayor 
Con Tu mano resignada, a Tu mejilla, 
y tus ojos con esfuerzo a la injusticia, 
Tu sangrienta desnudez, Señor, propicia, 
mi vergüenza y un desgarro que me humilla. 
Como hiedra que va y nace de Tu orilla, 
se Te enreda mi oración, que te acaricia; 
besar es su afán y única codicia 
las llagas en que Tu piel se desportilla. 
¿Quién Te golpeó con tan cruel obscenidad? 
¡Ni el aire toque esa carne dolorida!... 
Mirad, le llaman el Señor de la Humildad, 
ha ya tiempo que a Sus pies puse mi vida. 
Miércoles Santo, hospital de la Caridad, 
queda de un pueblo el alma suspendida. 
Ernesto Cáceres Molina. 
DIOS Y SILENCIO 
A la Corporación “El Cirio”,humilde levadura manantera. 
Tu rostro cae en el hueco de tu mano 
rendido de cansancio. La corona 
parece que suaviza sus espinas 
y te besa la frente sudorosa. 
El peso de la cruz se ha diluido. 
Sólo queda el silencio como norma. 
Una luz se desliza viento abajo 
y acaricia tus ojos, que se ahondan 
como pozos de lágrimas y presagio 
sepultando el dolor entre las ondas. 
Tus pies descansan, rotos, sobre el suelo. 
Tu pecho late al ritmo de las horas 
que llagan tus esperas. El olvido 
te cubre con el llanto de la losa. 
Sangre, pena y dolor. Sobre una piedra 
tu cuerpo, fatigado, se desploma… 
¡Cuán amargos te saben la saliva 
y los ayes que amasan en tu boca…! 
¡Cuán amargo el temor de tus discípulos 
que tuvieron el miedo por alfombra 
y pisaron, cobardes, sus promesas 
y borraron tu huella en sus memorias!… 
¡Cuánta y cuánta traición han soportado 
tus espaldas…! 
Y cuántos te abandonan 
y te clavan mil cruces en el alma, 
como garfios de duda y de zozobra… 
Todo un Dios de grandeza se hace humilde, 
se hace humano en el llanto y en la forma, 
y medita y padece, carne adentro, 
el dolor que lo llaga y lo transporta 
hacia un mundo silente y desolado 
donde aguardan los muertos y las fosas. 
Nada queda en su entorno. Dios y hombre 
se han fundido en un vértigo de sombras 
hechas cruz de martirio y de renuncia 
donde van a clavarlos. Ya están a solas 
la verdad y la luz de su infinito… 
y el ayer… y el mañana… y el ahora…. 
“Todo está consumado…” Calla el viento 
al oir la palabra redentora… 
…El Humilde reclina su cabeza 
sobre el pecho cansado y se abandona… 
…y se va, tiempo arriba, hacia los cielos 
con la calma solemne de las olas… 
Lorenzo Aguilar Estrada
Miércoles Santo 1989. 50 

AL SEÑOR DE LA HUMILDAD 
Recitado el 1 de Mayo de 1983. 
50º Aniversario de la fundación de “El Cirio” 
Tú eres rey, Señor, y tu realeza 
es poder infinito y soberano. 
Con el mimo divino de tu mano 
cuidas el mundo y toda su belleza: 
las aguas del arroyo cristalino, 
la plata de la estrella centelleante 
y las alas del viento murmurante; 
el color de las flores y el espino 
que, entre los trigos, en el llano asoma; 
las olas de la mar embravecida, 
el manto de la noche estremecida 
y el candoroso amor de la paloma; 
la blancura de nieve del armiño 
y la mirada angelical del niño… 
Tú eres Dios poderoso, más tan bueno 
que tu poder en nada has convertido 
al entregarte, humilde y sometido, 
a ese martirio, tan sereno. 
Los hijos de la Puente que te aclaman 
consuelo del dolor en su dolor, 
de la Humildad te llaman el Señor 
y por Señor de todo te proclaman. 
Súplica: 
Amantes de tu Fe y de tu Gloria, 
uncidos a la rueda de tu Gracia, 
despreciando del mundo la falacia, 
cincuenta años de su fiel historia, 
los hermanos de “El Cirio”, su fervor 
en Ti pusieron, devotos, con su amor. 
Para ellos, Humilde, en esta hora, 
abriéndose la luz de mi esperanza, 
yo te pido, Señor, cuanto se alcanza 
de tanto bien como mi alma añora. 
Por los lirios morados de tu faz, 
por las duras espinas de tu frente, 
da la alegría a mi pontana gente, 
dale a “El Cirio” el beso de tu Paz, 
y a sus hijos, sus padres, sus esposas, 
alfombren el camino bellas rosas. 
Manuel Mendoza Carreño. 
Fundador y Hermano de Honor de “El Cirio”. 

SALIDA DEL HUMILDE LA TARDE DEL MIÉRCOLES SANTO 
La plaza es un estallido 
de trompetas y tambores. 
La plaza es un torbellino 
de chiquillos y mayores. 
La cima de picoruchos 
de variados colores 
se recorta en un aire 
cuajado de mil olores. 
Olor a cera y a huerta 
y a sementera y a flores. 
Está la calle al completo, 
en balcones y ventanas 
es grande la concurrencia; 
para las Corporaciones 
la cesta del alpatana 
es punto de referencia. 
En ese bullicio inmenso 
de trompetas, de tambores, 
de bastones, de cirios, 
de abrazos y apretones, 
el Lavatorio y el Huerto 
salen del templo a la plaza 
entre vivas y clamores, 
que hacia el cielo se levanta. 
Y al otro lado, al Humilde 
lo van llevando en volandas 
entre paredes de cal, 
por una senda empedrada 
llegan al nivel de la verja, 
su cuerpo lleno de heridas 
sentado sobre una piedra 
con la mirada perdida. 
De pronto, desde el gentío, 
se alza la voz de un hombre, 
que levantando los brazos 
y ambas manos extendidas, 
lanza no un grito, un quejío: 
¡Que tu no tienes más túnica 
que tu piel con tus herías! 
Es un momento sublime. 
Un hondo estremecimiento 
recorre los corazones 
expresando el sentimiento 
de un pueblo sus emociones 
y su dolor y su impotencia 
viendo sufrir a su Dios 
que es el Rey del Universo 
y se ha hecho por amor 
Rey de Humildad y Paciencia. 
Detrás del Hijo, su Madre 
la Virgen de la Amargura, 
que al ver las llagas que cubren 
desde el cuello a la cintura 
la espalda del Redentor, 
va tendiendo con ternura 
amargo llanto de amor. 
La procesión ya está en marcha 
y se va perdiendo a lo lejos 
el eco de los tambores, 
de “Batidos”, de Misereres, 
de Alondras y Ruiseñores. 
Y en la plaza del convento 
aún hay rumores de campanas, 
de emoción y sentimientos, 
que se tiñen de colores 
al olor de las bengalas. 
Jesús Álvarez de Sotomayor Reina